Aquí dejo el primer capitulo de la primer historia corta que escribí. Si alguien quiere continuar leyéndola, solo tiene que darme un toque ;)
¡Disfrutad!
CAPÍTULO I
El chico restaba inerte en el suelo de la cera de la calle Holden street. Era una fría noche de otoño. Tenía tres cuchilladas. Una en el pecho, otra en la cabeza y la última en la palma de la mano, cuya forma se asemejaba a la de media luna.
El asesino ya no estaba. Probablemente hubiera ido a deshacerse de las pruebas, un arma blanca. Un cuchillo plateado con el mango negro.
El chico de unos diecisiete años, rubio y ojos azules. El chico perfecto, para muchas.
La sangre rodeaba todo el cuerpo, que de pronto se encorvó de tal forma que pareció que iba a explotarle el pecho, Un segundo después. Nada. El chico volvía a estar inmóvil sobre la fría piedra. Un crimen simple, pero seguro. Sin pruebas que delatasen al culpable, el crimen perfecto, para muchos, otra vez.
-Oh!- los escalofríos recorrían todo mi cuerpo, desde la punta de los pies, asta los pelos de mi cabeza. El corazón latía desenfrenadamente y no paraba de jadear.
El peor de la semana, pensé. Nunca me acababa de acostumbrar a mi don o dicho de otra forma, mi maldición. El despertador empezó a sonar en ese instante y tuve que respirar hondo tres veces antes de apagarlo de un golpe.
-Maldito cacharro.-murmuré. No estaba de muy buen humor por las mañanas.
Y no era de extrañar, teniendo esos sueños oscuros y macabros.
Salté de la cama y fui hacia el baño. Me miré en el espejo y me asusté de mi misma. Cada día estaba peor. Llevaba el pelo como una leonera y mis ojos verdes estaban cubiertos por unas grandes ojeras. El día que empezó todo esto no pensé que el don me acabara matando tanto físicamente como psicológicamente. Literalmente, parecía un cadáver, como los de mis sueños, solo que yo aún no estaba muerta. Por el momento.
La muerte me acechaba cada día más y sentía como se iba apoderando de mi cuerpo y de mi alma. Eran duros latigazos de acero, quemaban como el fuego y helaban como el hielo. Los días eran como semanas, y cada minuto que pasaba, me iba haciendo más débil. ¿Cuándo se iba a acabar esto? No sabía la respuesta y eso me aterrorizaba.
Con un suspiro aparté la vista del espejo, pues no quería ver el monstruo que llevaba dentro. Fuí a vestirme con lo primero que encontré y me dirigí a la cocina, arrastrando los pies como un zombi. Me dolía mucho la cabeza, como cada día, por eso la aspirina era mi mejor amiga.
Me preparé el desayuno como pude, ya que no había mucho en la nevera. Esto de la independencia era muy duro.
Apoyé la cabeza sobre las manos y dejé que andara por si sola por los caminos de mis retorcidos pensamientos, ya que era la mejor forma de evadirme.
El sueño de aquella noche, aparte de ser el peor de la semana tenía algo diferente pero no sabía el qué.
Desayuné a duras penas ya que tenía un nudo en el estomago.
Cojí el abrigo y salí de casa. La mañana era fría, y el sol estaba escondido entre las nubes. Decidí pasar primero por la tienda de libros donde trabajaba para informarles que me tomaría la mañana libre. Tenía suerte en eso porque la gente se alegraba de que no estuviera cerca de ellos ya que les enviaba flujos negativos. Estaba totalmente sola.
No tenía amigos. En un pasado los tuve, si, pero desde el día que empezó mi cadaverización,- así es como llamo yo al día que empezó la maldición,- la gente empezó a darse cuenta de que yo no era buena para nadie, era una especie de mal augurio.
Crucé la cera y entonces vi que Happen’s shop estaba cerrado. Que raro. Hoy no era fiesta, y si Dorothy se hubiera puesto mala me abría llamado.
Aceleré el ritmo y al llegar a la puerta me asomé por el cristal del mostrador.
Nada, todo oscuro. Cojí las llaves de mi bolsillo y abrí la puerta.
-¿Hola?- no hubo contestación.
-¿Dorothy, estás ahí?- esta vez hablé mas alto pero nadie contestó.
Caminé sigilosamente asta la luz y la encendí. Bajé al sótano para comprobar que todo estaba en orden y entonces la vi.
Apuñalada tres veces, en el pecho, en la cabeza y en la palma de la mano, en forma de media luna. Aún podía oír el golpeteo de la sangre cayendo al suelo, gota tras gota, lo que significaba que no hacia mucho que había muerto.
Pelo rubio, ojos azules… La chica perfecta.
¡Dios mío!- el pecho me dio un golpe tan fuerte que caí al suelo boca arriba. Después fue el cerebro el que me abrasó como si me hubieran clavado un hierro en llamas. Y por último, el dolor se instaló en la palma de la mano izquierda.
No podía moverme. Ni hablar. Ni pensar. Me quería morir aunque sabía que eso no sucedería aún. Con los ojos abiertos, vi como el cuerpo de Dorothy se encorvaba de tal forma que seguramente, le rompió la columna. Al instante siguiente, todo se acabó. El cuerpo en el suelo junto a mí, y el dolor se desvaneció, aunque quedaron algunos restos, pero estos no se irían asta el fin de mis días.
Al cabo de unos minutos tuve la fuerza suficiente para levantarme del suelo.
Tenía todos los huesos doloridos y se me hacia difícil respirar.
Quería irme de aquel lugar, no ver más la cara de esa mujer y hacer como si nada hubiera pasado, pues era demasiado cobarde.
Fue entonces cuando tuve la extraña sensación de que a partir de ahí los hechos se volverían mas graves.
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