‘’El engendro de la maldad, viene dado por el deseo del corazón.
Unos mueren vivos, y otros viven muertos. ‘’
Mi nombre es Catherine. Antes Catherine Austen, ahora, solo Catherine .Ésta es mi historia.
Soy la sirvienta de Ceol, rey de Inglaterra en el año 590. Mis padres, nobles señores, murieron hace seis años y yo al cuidado de mi hermano mayor me quedé huérfana.
La mala suerte hizo que mi hermano falleciera en una batalla defendiendo a mi señor.
-Catherine, deja de escribir palabruchas con tus sucias manos y tráele al señor su cena, y después prepárale el baño. ¡Corre!
-Si, mi señora, como usted diga.
Guardé el pergamino en mi delantal, salí corriendo hacia la cocina y fui a servir a mi señor.
-Las tropas enemigas se acercan Edmundo, tenemos que luchar, y ganar. Prepara los soldados.
-Si mi señor.- dijo Edmundo.
Le dejé la comida sobre la mesa e hice ademán de irme pero el rey me agarró del brazo con tal fuerza que dejó marca de sus uñas en mi esquelético brazo.
-Tú, ¿como te llamas? –Tartamudeando, respondí.
-Catherine, mi señor.
-Ah, si la hermana de Cedric Austen, un valiente caballero, sin embargo demasiado compasivo, se dejó vencer para salvar a gente inferior a él. Que maldición de conciencia que tenía ese joven.
Me chirriaron los dientes al oír esas palabras.
-Escucha, mi esposa se ha ido de viaje, tú me complacerás esta noche.
-Se-señor, y-yo no puedo, de-debo prepararle e-el bañ-ño.- temblaba de miedo, pues aún era virgen y no pretendía perder la virginidad con alguien a quien no amaba.
-¿Osas discutir la voluntad de tu rey?
-No señor, es solo que traicionará a su esposa, y yo no puedo complacerle, pues estos labios aún no han besado, este cuerpo aún no ha tocado, y este corazón mío, aun no ha amado.
-Mañana tengo una lucha contra España y necesito estar fuerte para la batalla, esta noche vas a sellar la abstinencia que has llevado hasta ahora. Falissa, prepara mis aposentos. – Falissa, la otra sirviente, asintió con una pequeña reverencia y se fue.
-Tú, ve a cambiarte de ropa y a lavarte.- Me ordenó mi señor.
-No puedo señor. No lo voy a hacer, prefiero morir antes que besaros. No puedo besar a alguien que mira el deseo y no ve amor.
-Bien, tu lo has querido esclava. Si prefieres morir a complacerme, así será, yo te complaceré, vas a morir. ¡Decreto tu sentencia a muerte, bruja! Morirás al amanecer. ¡Llevadla al calabozo!
Dos soldados me cojieron de los brazos y me llevaron asta las mazmorras del castillo.
No puse resistencia, pues no quería someterme bajo el rey. Pasé la noche en las mazmorras, sin poder dormir, con miedo al mañana, pero sin arrepentirme sobre mi decisión. Me dolían los brazos, los tenia marcados por las armaduras de los caballeros que me habían llevado asta allí. Entonces me acordé del pergamino y escribí:
El rey dicta las órdenes, y sus súbditos las cumplen. El rey es uno, sus súbditos millones. ¿Que temen los súbditos del rey? La muerte. Oh rapaz muerte que nos quitas la vida y nos das la libertad, yo no te temo, ni a ti ni al rey. Los dos sois iguales, el rey nos da la vida y nos quita la libertad. Tu muerte, nos quitas la vida y nos das la libertad. Así que no voy a un mundo peor, sino a un mundo paralelo a este.
Dejé el papel en el suelo y esperé a que me vinieran a buscar.
Amanece. El sol tiñe de rojo la negra noche. Las estrellas desaparecen, y la luna deja paso a su señor el sol. ¿No es eso un aviso? No luna, que alumbras tus noches con el blanco de la paz. No voy a caer. El sol será vencido algún día, como el hombre que me condenó caerá de su regando y la libertad será la reina de la Tierra.
Dos lágrimas caen por mi rostro, como dos vidrios cristalinos que cortan en pedacitos mi corazón. Bajan asta mi cuello y se desvanecen poco a poco. No lloro por miedo ni por rabia, lloro por pena, por la pena de no haber podido probar lo que es amar. Por no haber olido la flor del amor.
-Tú, levántate y vén.- un soldado se dirige a mí con una sonrisa en el rostro. ¿Cómo es posible? Hombres felices de ver morir. ¿Que maldición, se ha apoderado de estos hombres?
Me llevan hacia la hoguera pero se detienen justo antes de llegar. La mañana es fría pero el sol brilla acompañando a las nubes que giran a su alrededor. La plaza está llena de gente, unos confusos, otros tristes y veo a un niño llorando lágrimas de cristal. Sus lágrimas son como un espejo, en el que me veo sonreír. Las llamas arden deseosas de quemar.
Se acerca el rey.
- Como tú querías bruja, mueres como tu hermano. No quisiste obedecerme, y pagarás por ello. Vete con tu virgen cuerpo a la hoguera y que el fuego haga de ti ceniza.
-Tú no sabes lo que es amar. Tu solo sabes ordenar. Yo moriré libre, libre de no haber besado sin querer. Libre de no haber traicionado a nadie, libre de mantener mis derechos, libre de amar.
Sin que se dé cuenta, cojo el puñal del rey Ceol de Inglaterra.
Me suben a la hoguera, me atan las manos y los pies con cuerdas de acero y el calor recorre todo mi cuerpo.
-Fuego, súbdito del sol, no vas a matarme, voy a morir libre.
Y me clavo el puñal en el corazón.
Catherine muere en la hoguera, muerta por no satisfacer los deseos placenteros de alguien que no la ama. Catherine nunca tiene la oportunidad de amar, de besar a alguien que la ame. De dejar atrás su virginidad por alguien que la quiera y entregarle la alma a alguien que la merezca i no a la muerte. Dejando su huella en aquel pergamino, de aquella mazmorra, de aquel castillo, como prueba de que existió.
Ceol, rey de Inglaterra en la alta Edad Media, murió cuatro años mas tarde.
Se puede pensar que Catherine fue osada y tonta al morir por no poder ser libre. No sé, ¿dónde empieza la libertad para cada uno?