26 agosto 2011

Fugacidad. Pide un deseo.


No lo entiendes, se oyen truenos, pero luce un sol radiante...el sol que desearías no haber tenido nunca. ¡Ahí está! y consume más rápido que el fuego. Y todo se torna oscuro. ¿O no? Espera…ahí hay algo que brilla, reluce como…como un rayo. Y viene hacia ti, con esa velocidad que lo hace imperturbable. En medio de toda la tormenta, el contacto es paralizante.  Estas sin respiración. Y por irónico que pueda parecer, crece un extraño fuego en tu interior. Adrenalina, tal vez. Pasión, quizá. Te sientes extraño. Abrumado, mareado, inquieto, indiscutiblemente tocado por aquel rayo. Tocado en el corazón.
Y el fuego de tu interior incrementa, a tal velocidad que te preguntas por el tiempo. ¡Pero qué más da!  El rayo ya te ha tocado. No puedes hacer nada contra él. Espera, quizá no quieres hacer nada. Se está bien ahí, el dolor resulta un daño colateral, parece que tu pecho explota. ¿Explota?
Y en medio de todo, comprendes que ese es tu sitio, siempre lo ha sido, y siempre lo será. Junto al rayo, en medio de la tormenta.


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