-¿Cuanto tiempo
me queda en este paraíso?- es lo que me pregunté la primera vez que entré en
Abendlied. Abendlied, así es como he bautizado este lugar. Significa canción
del crepúsculo en alemán. Abendlied está
repleto de secretos, secretos ocultos bajo los cimientos de las pequeñas y cucas casas, bajo las raíces de los sauces
llorones que rodean la plaza mayor, bajo el agua cristalina que fluye
pausadamente por el río. Pero también está
lleno de verdades, verdades como catedrales, verdades espesas y claras como la
nieve virgen que cae en invierno y cubre los tejados de pizarra de las casas
pequeñas y cucas.
Verdades y secretos que se mezclan sin encontrarse jamás en Abendlied, este minúsculo y a la vez interminable oasis.
Verdades y secretos que se mezclan sin encontrarse jamás en Abendlied, este minúsculo y a la vez interminable oasis.
Todo aquí es
distinto. Muy distinto a lo que sería cualquier otro lugar. Aquí el mundo
funciona de forma distinta. ¿Mejor? ¿Peor? No me lo he planteado aún. No tengo
mucho tiempo para plantearme nada en Abendlied. El tiempo pasa demasiado
rápido, los acontecimientos se mezclan con las acciones y los pensamientos sin
un orden cronológico claro y distinto. Claro y distinto, que diría Descartes,
Abendlied no es ninguna evidencia, señor filósofo. Pero sí hay filosofía, por
lo contrario. Una filosofía que yo tildaría de intrépida y pícara. Pícara como
el Lazarillo de Tormes.
Oh, olvido contar quién vive en Abendlied, pero supongo que ya lo habréis imaginado: los abendlianos y abendlianas. Son tan pintorescos y fabulosos, que parecen extraídos de una colección de Pierre-Auguste Renoir.
Los niños juegan
en la plaza mayor, junto a la fuente en forma de nenúfar, con pequeños duendes
de caramelo. Juegan a perseguirlos, y cuando los pillan, los lamen para
saborear el dulce sabor de su pequeño cuerpecito, y los duendes, riendo a
carcajadas por las cosquillas que les produce el roce de la lengua de los
niños, se escapan volando. Y vuelta a empezar. Pero no todo el
día es para jugar. También van a la escuela, pero de eso no sé mucho más, como
ya he dicho, no hay tiempo para plantearse esas cosas. Los ancianos del
pueblo, por otro lado, se dedican a hilar algodón de azúcar. Hilar, hilar y
hilar, eso es lo que hacen. Y mientras tanto, entre hilo e hilo de algodón de
azúcar hilado, entonan canciones misteriosas e imposibles de memorizar. ¿Qué hacen de
tanto algodón de azúcar? Eso sí lo sé. Lo descubrí la quinta vez que entré en
Abendlied. Mientras
observaba como unos ancianos cargaban montones de algodón de azúcar de
diferentes colores, y duendecillo de caramelo se posó sonriente sobre mi hombro
izquierdo. Yo le sonreí, y él con su fina y aguda voz me pidió que lo siguiera.
Yo así lo hice, con la curiosidad comiéndome por dentro. El duende me condujo
por un verde prado lleno de suaves plumas de colores que me hacían tremendas
cosquillas al caminar. No podía contener la risa, y el duende me indicó posando
su minúsculo dedo de caramelo entre sus labios que callara, y que me aguantara
la risa. Lo intenté, y lo conseguí. Al fin llegamos
delante de un gran molino de madera que en vez de funcionar con agua, como funciona
cualquier molino, funcionaba con algodón de azúcar. Y allí estaban
los ancianos hiladores que había visto yo transportar el algodón de azúcar.
-¿Qué hacen con
todo ese algodón de azúcar hilado y ese molino?- pregunté en voz baja al
duendecillo.
-Lo hacen todo.
El algodón de azúcar es nuestra fuente de vida. Sin este algodón hilado y el
molino, nada existe.
-¿Y de dónde
sacan todo el azúcar?El duende me miró socarrón.- Es un secreto.
Así es Abendlied, un paraíso de secretos y verdades edulcorados.
Quina imaginació Mery, que bonic el conte!
ResponderEliminarFelicitats