30 mayo 2010

Aventuras de una mujer pirata



Las velas del barco izadas, mecían el viento, golpeándolo como feroces leones. El mar estaba revuelto, las olas chocaban contra la popa del navío con impetuosa fuerza. En otras circunstancias, esto habría sido mala señal, señal de tempestad, pero en aquel momento, que el viento soplara e hiciera avanzar rápido el barco, era lo mejor que podía pasar.

Nunca pensé que podría alegrarme volver a tierra firme, sobretodo habiendo escogido la vida de pirata, mas ahora, nos dirigíamos a mi tierra, la tierra donde había nacido, y lo mas importante, la tierra donde había conocido a mi prometido.


Y no es que me arrepintiera de la vida de pirata; en contra de mi familia, lo había dejado todo para subirme a un barco, y poder surcar el mar en busca de aventuras y tesoros; esta vida era mi sueño hecho realidad.
Pero dos años atrás, había conocido al amor de mi vida en la isla de Viñamar, y ahora, pasados dos largos años, volvía para reencontrarme con él de nuevo.


Me molestaba recordar su rostro, porque sabía que mi mente no le hacía justicia a su bella perfección; sin embargo, tampoco podía ni quería olvidarle.


Matías, el polizón más joven del barco Santacruz, y mi mejor amigo, me había preguntado estos últimos días por mi amado, y yo le había retratado con toda la exactitud posible sus inigualables rasgos.
Matías siempre había sido muy bueno con migo. Al principio, a mi llegada al Santacruz, fue el único que no tubo ningún reparo en que una chica de familia rica, y sin ninguna experiencia marina se uniera a una banda de piratas. Poco a poco, los otros, inclusive el capitán, habían ido aceptando mi puesto, hasta el punto de ser un pirata más.


Fijé la vista al horizonte, donde los rayos de sol se recortaban con afilados cuchillos con fuego en el mágico cielo. El atardecer había llegado, y con él, el ambiente del barco se había tornado más turbio
Decidí volver al centro del barco, y echando una última ojeada al hermoso cielo, me encaminé hacia allí.


Lucas ya tenía preparada la llave de la bodega para sacar los barriles de ron.
Marcos, Pablo, Lucian y Jacob estaban apoyados contra la borda interior de la nave, con ganas de emborracharse y ponerse hasta las trancas de ron, de whisky y un poco de vino rancio que habían robado de una taberna, hacía ya unos días. El capitán y el resto de la tripulación permanecían repantigados por el suelo del barco.


Matías, apartado del jolgorio, parecía totalmente sumido en sus pensamientos, y pensé que sería mejor no perturbarle la intimidad.


Pero en ese momento, fue algo más grande que mi presencia lo que perturbó no solo a Matías, sino a todo el barco. Un disparo, un disparo provinente del camarote de Simon nos había dejado a todos atolondrados. El capitán fue el primero en reaccionar, seguido de Matías. Corrí detrás de ellos hacia el camarote en cuestión. Simon iba detrás mío, blanco como el pergamino.


El capitán abrió la puerta de la cambra, y lo que tuvimos ante nuestros ojos, nos dejó a todos sin aliento por un momento. Ocupando toda la habitación, veinte hombres con una sonrisa burlona en la cara y con los ojos ardiendo de rabia, nos apuntaban con sus espadas y pistolas.
Todos nosotros miramos al capitán, esperando su orden de abordar la lucha, pero este solo abrió la boca para hablar.
-Esteban, Esteban el Leonés.
Seguí la vista del capitán, hasta encontrarme con un hombre repugnantemente terrorífico.
Sus ropajes, como los de cualquier pirata, estaban magullados y rotos, llevaba un cinturón ancho repleto de dagas, cuchillos y una larga espada. También había un hueco para la pistola, la cual ahora estaba en sus manos. Su cara era lo que le confería ese contraste de terror. Una larga cicatriz recorría desde su garganta, hasta su pómulo derecho. Sus ojos color azabache ardían con el fuego del infierno. Éstos estaban rodeados por unas visibles ojeras y por unas gruesas y espesas cejas. Su nariz puntiaguda, su bigote y su barba también del color del carbón, le hacían parecer un viejo marinero.
Sobre la cabeza, llevaba un gran sombrero marrón. Lo extraño era que no llevase un parche en el ojo. Se dice que todo buen capitán pirata, debe llevar uno.
Esteban el Leonés asintió y su mueca socarrona se ensanchó.
-Me alegro de volver a verte.-saludó. Su voz era ronca y hablaba taciturnamente, como si cayera lentamente en un gran abismo, y su voz se fuera perdiendo con la lejanía.
Mi capitán, Gabriel, no aceptó la mano que Esteban le ofrecía, por lo contrario, desenvainó su espada.
El ambiente en el camarote, era tenso y zozobrante. Un silencio nervioso se apoderó del camarote durante los segundos siguientes. Después, vi como uno de los hombres de Esteban, susurraba algo al oído de este, y entonces, Esteban me miró.
-Veo que ya te has olvidado de Carmen, Gabriel, ahora tienes a una mucho mas jovencita, por lo que veo.- su sonrisa era apabullante.
-Nunca podré olvidar a Carmen, ni tampoco a su asesino.- le respondió Gabriel.
Esteban lanzó una seca carcajada, que hizo estremecer a Matías, que permanecía a mi lado.
Miré a Esteban con rabia, una rabia propia de un pirata.
-¿Cómo habéis llegado hasta aquí?- preguntó mi capitán.
-Por suerte, tenemos a Simon, que nos ha estado escondiendo aquí desde que zarpasteis de Peñacruz hace cuatro días.
-Miré a Simon, que temblaba de miedo.
-Me obligaron.- intentó excusarse éste, apunto de caer tendido al suelo.
-¿Que quieres?- intervino Gabriel, mirando fijamente a Esteban.- Si has venido a regocijarte una vez más de la muerte de Carmen, ten por supuesto que esta vez te mataré.
-La muerte de Carmen me apenó mucho también, mi querido amigo.- le respondió Esteban, con una tristeza fingida en el tono de voz.
-No pareció eso cuando le atravesaste la garganta con tu espada.- espetó Lucian.
Yo no había conocido a Carmen, pero me habían contado que tres años antes de mi llegada al Santacruz, Esteban el Leonés había degollado a Carmen, la mujer de Gabriel.
-He venido a recuperar algo que me pertenece.- dijo Esteban, ignorando el comentario de Lucian.
-Aquí no hay nada tuyo, rata de mar.- escupió mi capitán.
-Yo creo que sí.- apeló Esteban, señalando algo a mi lado.
Giré la cabeza, y con increíble asombro vi que lo que señalaba el Leonés no era algo, sino alguien. A Matías.
Lo miré a los ojos, pero vi la misma incertidumbre que reflejaban los míos.
-¿Matías?- preguntó Gabriel.- Él es el polizón del barco, no veo porque te pertenece.
-Su padre izo una apuesta con migo, y perdió, ahora su esposa y sus hijos me pertenecen, ya que él ya se ha marchado al infierno.


A partir de ahí todo a mi alrededor se fue tornando borroso. Matías tumbó a Esteban al suelo, y sus hombres empezaron a arremeter contra nosotros. La pelea se había desencadenado suciamente. Desenvainé ágilmente mi espada, y empecé a propinar golpes contra los enemigos. Era buena con la espada, eso había que reconocerlo.
La lucha fue difícil, un hombre con un gran tatuaje en el brazo izquierdo estuvo a punto de clavarme su espada en el costado, pero yo lo esquivé. Mientras luchaba, intentaba encontrar entre la muchedumbre, a Matías, pero había desaparecido.


Vi el cadáver de uno de los nuestros, de Valentine. Luché contra un muchacho no mucho mayor que yo, que no parecía tener mucha destreza con la espada. Lanzaba golpes para todos lados, mareado como una gallina. Lo aparté con un ágil movimiento, sin intención de herirle.
La sangre se iba extendiendo por todo el barco, y el olor a hierro, a polvo y a sal me quemaba la nariz y los ojos.
Íbamos ganando. Reconocí a Jacob con su pañuelo azul en la cabeza, luchando contra dos hombres a la vez.
Intenté abrirme paso hacia la proa del barco, y allí estaba Matías, intentando luchar contra el capitán Esteban. Matías iba perdiendo. Esteban hizo saltar la espada de Matías por los aires, y éste quedó desarmado. Le lancé mi espada a Matías, que la atrapó al aire y con un ligero pero feroz movimiento, se la clavó en el corazón a Esteban el Leonés.
Éste cayó tendido al suelo, y con una expresión de sorpresa en el rostro, murió.
Matías limpió mi espada de sangre y me la ofreció. Después fue a buscar la suya.
-Gracias.- me gritó mientras los dos volvíamos al centro del barco.
-Buen movimiento.- le respondí, con una sonrisa en los labios.
En el centro del barco la lucha también había terminado. El capitán Gabriel, asintió al vernos llegar.
Una veintena de cuerpos yacían esparcidos como muñecos desgastados por el suelo del Santacruz.
No habíamos perdido a muchos hombres, eso era bueno.


Pablo se encargó de curar a los heridos, y los otros, fuimos lanzando por la borda los cadáveres, y Matías, limpió el barco de sangre. Las luchas siempre daban mas trabajo del previsto.
Con el barco otra vez limpio, y las heridas restañadas, podíamos volver a poner rumbo hacia Viñamar. Yo podría volver a ver a mi amado, y futuro marido, y ésta, seria como muchas más, una aventura de piratas que contarle.



14 mayo 2010

Capitulo II parte I



-Parece que estamos condenadas, condenadas al infierno.- susurra Mayorett.



-Pero, ¿por qué? No creo que haya hecho algo tan malo como para que me condenen para toda la eternidad en el infierno.- interpelo, decaída.


- Ya…la vida es injusta, y parece que la muerte también- masculla May. -No me imagino que les pasará a los asesinos, o a los ladrones.


Nos quedamos las dos en silencio unos minutos, en los que recuerdo mi vida de mortal, sirviendo a Jeik. Más para atrás, recuerdo mi niñez, a mi madre peinándome y haciéndome dos largas trenzas, y a mi padre, ayudándome con los deberes de matemáticas. Una lágrima salta de mi ojo, y baja por mi mejilla, hasta desvanecerse. Un dolor muy fuerte impregna mi pecho, ya vacío, sin corazón. Pero, si no tengo corazón, ¿cómo puedo sentir dolor? ¿Cómo puedo sentir algo?


La duda se queda en el aire, sin respuesta.




 AHORA...
Los días pasan, las horas se alargan y los minutos, se hacen eternos dentro de este infierno. May, es la única compañía que tengo. Se ha convertido en una fiel amiga. Y pese a nuestra diferencia de edad, nos llevamos muy bien. Le encanta escuchar mis historias, mis travesuras de joven, mis desamores amorosos…Le encanta que le cuente cosas, y yo, agradecida de tenerla al lado pongo todo mi empeño en complacerla.


Sin embargo, el miedo no desaparece, al contrario, parece que va incrementando su fuerza con cada minuto que permanezco en esta jaula.


Por la noche, es decir, la parte del día en la que dormimos, las pesadillas vuelven a herirme como afilados cuchillos de acero, haciendo que la negror me venza.






No se cuanto tiempo llevo aquí. Puede que días, meses o años, el tiempo ha perdido el sentido para mi. Mayorett, se ha convertido, a parte de en mi mejor y única amiga, en un apoyo muy grande, me ayuda a no caer en el abismo que se asoma delante de mi. Porque, si siempre he mantenido la esperanza a pie de cañón, ahora ha salido disparada.


Me hundo en un pozo solo de pensar lo larga que puede llegar a ser la eternidad aquí dentro.


De pronto, rompiendo el silencio que nos ha azotado durante la estancia en la prisión, se escuchan unos pesados y taciturnos pasos, al lado de otros, más apresurados. No se oyen voces. Miro a May, que permanece callada, contra la pared del fondo, con la incertidumbre, la confusión y el miedo reflejándose en sus ojos, al igual que en los míos.


Las pisadas se acercan. Las terminaciones nerviosas de mi cuerpo, se tensan como las cuerdas de una guitarra. Una sombra difusa se asoma por la pared, y después, las siluetas de un hombre y una mujer, aparecen delante de nosotras.

El hombre, es el Cazador que nos encerró en esta prisión a May y a mí. La mujer que le acompaña, tiene también la piel translúcida color plateado, pero su pelo es cortito, y sus ojos color verde esmeralda. Es una mujer joven, aunque bien podría tener cien años y no aparentarlos, al igual que yo. Viste un bonito vestido blanco, y unos finos zapatitos dorados. Es preciosa, como un ángel.



Su mirada se encuentra con la mía, y después con la del cazador, que asiente, y se acerca hacia la reja de mi jaula. Yo retrocedo asustada, y de reojo, veo que May, está muy tensa, con los labios fruncidos.

13 mayo 2010

El egoísmo es tentador



¿Nunca has sentido un deseo intenso, de gritarle al mundo todo lo que sientes? ¿Todos tus secretos? Yo si. Todo lo que hay guardadito con llave en m alma, está a punto de abrirse. El cofre se está llenando, y cuando ya no quepa nada más, va a explotar. Eso es terrible. Y para mi, lo único bueno, es que tengo la capacidad de encontrar palabras para describirlo. Para poder abrir una rendija del cofre e ir sacando pedacitos del corazón.

Pero hay algo que temo mucho más. Tengo miedo, pues sé que un día, voy a abrir todo el cofre, y se lo voy a mostrar a alguien. Y espero que ese alguien, sea el indicado. Si, tengo miedo al error, al engaño.
¿Y qué pasa si abro mi corazón a alguien equivocado?



-Si tú te vas, se me parte el alma. Te juro que mi corazón se muere, mi alma se corta en pedacitos de hiel. Porque sin ti no existo. Soy como un objeto, sin vida, que solo no puede seguir. Y no quiero a otro, solo y únicamente te quiero a ti. Porque si me dejas, me duele el alma, esté donde esté, me duele. Y un enorme vacío se apodera de mi, sumiéndome en un profundo sueño, un sueño sin fin. Tú, mi príncipe azul, mi ángel infinito, eres la esencia que hace que mi corazón siga latiendo. Tú, mi eterno amado, estas en mi vida, estás en mi corazón, si te vas, te lo llevas contigo. Y yo, sin corazón, ya no sirvo.
Por eso te pido, por favor, no te vayas, no te alejes de mí, no me hundas en un pozo sin agua.


-Eres muy egoísta. Solo piensas en ti. ¿Y mi felicidad? Supongo que mi felicidad no tiene importancia para ti. Y contigo, no seré feliz, y tú tampoco lo serás. Por eso mismo me voy, para no verte sufrir, porque aunque no sea de la manera esperada, te quiero, y tú si me importas. Adiós, princesa egoísta y querida amante. Hasta nunca.

08 mayo 2010

¿Y la igualdad?

Después de un buen desayuno, unos cereales y un café-si no, no vivo- me pongo a ordenar mis libros. ¡Uf! La cantidad de libros que tengo. Podría bien ser una pequeña biblioteca, con lo necesario. Libros juveniles, infantiles, de adultos… ¿Cómo me pueden gustar tanto? Es un misterio que nunca resolveré. Eso creo vamos.

Y bueno, al acabar, me he venido al ordenador a escribir un rato. Llevo días dándole vueltas a una historia-hay, espera que pongo música-pero aún no he escrito nada. Primero quiero tenerla montada en mi mente antes de ponerme a escribir, para que no me pase como otras veces. Escribir un libro es como hacer un puzzle, al menos para mí. Primero hay que saber lo que quieres montar, luego ya puedes ir uniendo piezas y al acabar, contemplar con atención el resultado. Aunque si soy sincera, no me gusta demasiado hacer puzzles. Me pongo muy nerviosa al hacerlos.


Ayer, en el instituto nos dieron algo, algo que me ha dejado pensando.
Un papel con algunos campos de trabajo hacia los que orientarnos en el futuro.
La cosa es que no tengo las cosas demasiado claras. Sé que debo inclinarme hacia las letras, eso lo tengo clarísimo, pero a partir de ahí, ¿Qué hago? ¿Estudio periodismo, filología…? Me gustaría hacer tantas cosas… dirigir películas, hacer artículos para el periódico, tener una librería, ayudar a las personas… Solo hay algo que tengo claro: Voy a escribir. Voy a ser una escritora, publiquen mis libros o no, yo no voy a dejar de escribir. No voy a dejar de hacer la cosa que mas me gusta en el mundo. Iré a todas y cada una de las editoriales hasta que alguna quiera publicar mi libro. Y pondré todo mi empeño y mis fuerzas, porque no voy a permitir que se destruya mi sueño, no por mi culpa. Porque las letras son mi vida y doy gracias a dios por haber nacido aquí, en este país, donde he aprendido a escribir y a leer, y sigo y seguiré aprendiendo. A veces pienso que habría hecho yo si hubiera nacido en África, o en algún otro país del tercer mundo donde el derecho a la alfabetización es mínimo y exclusivo para una pequeñísima minoría de personas. ¿Qué habría hecho entonces? Trabajar en el campo, o morir. ¿Es que acaso la sociedad no se da cuenta de lo que están haciendo? En África y Asia, se han perdido personas con un talento extraordinario, que no lo han podido desarrollar, porque no han tendido la oportunidad que nos dan a nosotros de aprender todo lo que sabemos. Si nos equivocamos en un examen, lo rectificamos con el corrector tippex. Si se equivocan allí, en el campo, los matan, o simplemente, mueren de hambre, de malaria o de cualquier otra enfermedad. Aquí, si nos duele la cabeza, vamos al medico y nos receta un medicamento. Allí, no hay ni médicos, ni recetas ni medicamentos. ¿De verdad es eso justo? Podemos probar de ponernos en su piel, y ver su sufrimiento, su agonía y su padecer. Y sin embargo, lo único que sabemos hacer es decir: ‘’Ah, pobrecillos. ’’ Y apagamos el televisor. ¿Es eso una buena sociedad? ¿Una sociedad digna de tener todo lo que tiene? Lo único que hacemos es esconder la cabeza bajo el ala, o ponernos una venda en los ojos, sin querer ver la realidad tal y como es. Pero realmente, muere gente, mucha gente, niños pequeños son masacrados cruelmente en guerras o mueren de hambre, de deshidratación o del calor. ¿Alguien se ha imaginado alguna vez lo que puede ser no poder comer nada, no tener una nevera llena de cervezas y refrescos, o incluso, no tener un techo en el que vivir? No, claro que no, es mucho más fácil contemplar todo lo que tenemos, que pensar en lo que no tienen los demás.

Yo solo soy una chica de 15 años que no tiene idea de lo que es la vida de un adulto, en realidad, no tengo mucha idea de nada, pero sé algo. Algo que puede que mucha gente no sepa. Algo que me empuja a denunciar nuestro cruce de brazos delante de todas las atrocidades del tercer mundo. Sé que hay gente que padece, que es torturada y que muere. Y sé porque. Por que nosotros no hacemos nada para remediarlo.
Y sé que a nadie le gusta sentirse un asesino, o el causante de un daño o una muerte. ¿Y aún así, no vamos a luchar contra eso?



04 mayo 2010

Dia lluvioso y oscuro



Cuando la vida te regala algo especial, único, que te ayuda a llegar hasta la cima de tus sueños, ¿no debería de sentirme la persona más feliz y afortunada del universo? Eso sería lo más lógico, pero claro, había olvidado que la mayoría de cosas excepto las matemáticas y la física, no tienen demasiada lógica .Por lo cual, mis sentimientos no son nada lógicos.



Cuando sientes que te falta algo, aquí dentro, en tu pecho, un pequeño abismo se asoma y acaba por convertirse en un volcán en erupción, que saca lo peor y lo mejor de ti.





Estoy muy resfriada, y con una tos de muerte, y lo único que me apetece es leer, así que me he pasado el día en la cama leyendo a Becquer. El poeta adolescente del romanticismo. No es mi favorito, pero poco le falta. Y aquí os dejo algunas de sus rimas que mas me gustan para que las disfrutéis.






RIMA LXXIII


Cerraron sus ojos que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y, a su albor primero,

con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
—¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos...!
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos los muertos.





RIMA LIII


Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!