-Parece que estamos condenadas, condenadas al infierno.- susurra Mayorett.
-Pero, ¿por qué? No creo que haya hecho algo tan malo como para que me condenen para toda la eternidad en el infierno.- interpelo, decaída.
- Ya…la vida es injusta, y parece que la muerte también- masculla May. -No me imagino que les pasará a los asesinos, o a los ladrones.
Nos quedamos las dos en silencio unos minutos, en los que recuerdo mi vida de mortal, sirviendo a Jeik. Más para atrás, recuerdo mi niñez, a mi madre peinándome y haciéndome dos largas trenzas, y a mi padre, ayudándome con los deberes de matemáticas. Una lágrima salta de mi ojo, y baja por mi mejilla, hasta desvanecerse. Un dolor muy fuerte impregna mi pecho, ya vacío, sin corazón. Pero, si no tengo corazón, ¿cómo puedo sentir dolor? ¿Cómo puedo sentir algo?
La duda se queda en el aire, sin respuesta.
AHORA...
Los días pasan, las horas se alargan y los minutos, se hacen eternos dentro de este infierno. May, es la única compañía que tengo. Se ha convertido en una fiel amiga. Y pese a nuestra diferencia de edad, nos llevamos muy bien. Le encanta escuchar mis historias, mis travesuras de joven, mis desamores amorosos…Le encanta que le cuente cosas, y yo, agradecida de tenerla al lado pongo todo mi empeño en complacerla.
Sin embargo, el miedo no desaparece, al contrario, parece que va incrementando su fuerza con cada minuto que permanezco en esta jaula.
Por la noche, es decir, la parte del día en la que dormimos, las pesadillas vuelven a herirme como afilados cuchillos de acero, haciendo que la negror me venza.
No se cuanto tiempo llevo aquí. Puede que días, meses o años, el tiempo ha perdido el sentido para mi. Mayorett, se ha convertido, a parte de en mi mejor y única amiga, en un apoyo muy grande, me ayuda a no caer en el abismo que se asoma delante de mi. Porque, si siempre he mantenido la esperanza a pie de cañón, ahora ha salido disparada.
Me hundo en un pozo solo de pensar lo larga que puede llegar a ser la eternidad aquí dentro.
De pronto, rompiendo el silencio que nos ha azotado durante la estancia en la prisión, se escuchan unos pesados y taciturnos pasos, al lado de otros, más apresurados. No se oyen voces. Miro a May, que permanece callada, contra la pared del fondo, con la incertidumbre, la confusión y el miedo reflejándose en sus ojos, al igual que en los míos.
Las pisadas se acercan. Las terminaciones nerviosas de mi cuerpo, se tensan como las cuerdas de una guitarra. Una sombra difusa se asoma por la pared, y después, las siluetas de un hombre y una mujer, aparecen delante de nosotras.
El hombre, es el Cazador que nos encerró en esta prisión a May y a mí. La mujer que le acompaña, tiene también la piel translúcida color plateado, pero su pelo es cortito, y sus ojos color verde esmeralda. Es una mujer joven, aunque bien podría tener cien años y no aparentarlos, al igual que yo. Viste un bonito vestido blanco, y unos finos zapatitos dorados. Es preciosa, como un ángel.
Su mirada se encuentra con la mía, y después con la del cazador, que asiente, y se acerca hacia la reja de mi jaula. Yo retrocedo asustada, y de reojo, veo que May, está muy tensa, con los labios fruncidos.
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