Érase una vez, hace muchos años, en un reino muy lejano, vivía una princesa, con su padre. Su madre había muerto cuando ella tenía diez años. La princesa Rebecca recordaba a su madre muy a menudo. Era una mujer hermosa, con una dulce voz y unos ojos azules como el cielo. Recordaba como le contaba cuentos, cuentos de dragones y caballeros brillantes y valientes. Rebecca la escuchaba, embobada con las historias de los audaces caballeros, como blandían su espada y luchaban contra el dragón. Se imaginaba en esos cuentos, siempre preguntaba a su madre:
¿Mamá, los cuentos se hacen realidad?
Su madre la miraba a los ojos, azules también, y con una sonrisa tierna le respondía:
Si tú crees que se pueden hacer realidad, así será.
Pero lo que su madre no sabía, era que la pequeña princesa Rebecca no soñaba con convertirse algún día en una bella damisela en apuros que fuese salvada por un bravo caballero. No, ella quería ser ese caballero. Siempre había querido luchar para defenderse, para no depender de los demás.
Seis años después, con su padre viudo y sin heredero para el trono, Rebecca osó pedirle a su padre que le diera permiso para entrar en la guardia real.
Su padre la miró, primero asustado, y segundos después, empezó a reír. Rebecca no lo entendía.
Cuando su padre al fin acabó de reírse, hablo.
-Hija, tu eres una princesa, no puedes estar en la guardia, debes casarte con un noble caballero, y ése, será el próximo rey de mi reino.
La princesa asintió, sin osar responder a su padre. Su madre le había mentido, los cuentos no podían hacerse realidad.
Meses mas tarde, el rey decidió organizar una justa. El ganador, se convertiría en el nuevo príncipe y sucesor del rey. Y por lo tanto, en el esposo de la princesa Rebecca.
La princesa se sentía triste, comía muy poco y se pasaba las horas en la biblioteca, leyendo libros y más libros. El rey no supo que pensar, y mandó a Gabrielle, su hermana menor, ir a hablar con Rebecca.
Gabrielle fue, y quitándole de las manos un libro a Rebecca, le preguntó que le sucedía.
-Tía Gabrielle, no quiero casarme con un caballero desconocido. ¿Y si no le quiero? ¿Y si no es de mi agrado? No puedo darle mi amor a alguien que no lo merece. ¿Por qué no puedo elegir a quien entregarle mi corazón? No puedo elegir tampoco mi futuro, que quiero ser, que quiero hacer, con quien quiero estar…Todo son órdenes. Mi vida está compuesta por decisiones que han sido tomadas por mí, si tener en cuenta mi parecer.
Gabrielle la miró, sin decir nada, vio como del rostro de Rebecca empezaban a aparecer pequeñas gotitas que humedecían sus mejillas.
-Te entiendo querida, no sabes cuánto. Me gustaría ayudarte, pero lamentablemente no sé como hacerlo. Dime lo que quieres que haga.
A Rebecca se le iluminaron los ojos.
- Si pudieras ayudarme a participar en la justa, a demostrarle a mi padre que soy lo bastante valiente como para gobernar su reino…
-Pero cielo, tú eres una princesa, una mujer, no puedes participar en la justa.
-Tienes razón, siendo una princesa no puedo, pero, ¿y si me convirtiera en un caballero?
Gabrielle la miró sorprendida, y un tanto asustada.
-Escucha tía- le dijo Rebecca- si mi padre no sabe que soy yo, podré participar, y con la armadura no se me reconocerá.
-Pero tú no sabes luchar.- replicó Gabrielle, preocupada.
-Bueno, solo necesito un poco de práctica, sé que puedo hacerlo, lo llevo en la sangre, quedan tres días para la justa, puedo entrenar, sé toda la teoría- señaló el montón de libros que tenía a su alrededor. -Por favor, ten fe en mi.
La princesa sabía que estaba convenciendo a su tía.
-Pero es muy peligroso…- musitó Gabrielle.- ¿Y si mueres?
-Moriré haciendo lo que quiero.- aclaró la princesa.
Hola Meritxell!
ResponderEliminarEm quedo parada de la teva imaginació.
La teva avia, Rosa
Petonets...